Desde el país de la nostalgia
URUGUAY (4.716) Por Manuel Sánchez lasombradellunes@hotmail.com Así como los musulmanes deben peregrinar a La Meca al menos una vez en su vida, la rambla montevideana parece también cumplir un rol semejante para los uruguayos, al menos para los que residen en la capital.
Un visitante extranjero que realizó un recorrido dominguero por los interminables kilómetros de esta avenida que bordea el Río de la Plata, me comentó con asombro acerca de dos aspectos que le habían llamado poderosamente la atención: la convocatoria de este paseo y la alta proporción de “abuelos” entre sus concurrentes.
Un intento de explicación de este fenómeno es también una invitación a una apacible y breve excursión por algunos de los paisajes de la intimidad nacional.
Los primeros navegantes que arribaron a estas costas hace algunos siglos atrás se toparon con un panorama que seguramente los conmovió: un sitio donde se confunden el océano y el río en lo que la gente llama “mar”; aguas turbias y fruto de la tierra con que se mezcla; las puertas de entrada a las entrañas mismas de Sudamérica; una bahía que parece recortada como para que la costa pueda abrazar un poco de mar; y junto a ella, un solitario cerro testigo de este natural acto de amor entre el agua y la tierra.
Montevideo, por sus características naturales estaba predestinado a ser el puerto colonial en estas latitudes para comerciar con la madre España. Su patio trasero, era una verde pradera en la que florecían animales rumiantes. Éste fue el lugar que la madre naturaleza escogió, tal vez sin querer, para parir al Uruguay, porque el Uruguay es hijo de su historia pero es más hijo de su geografía.
Estos dos pilares, el puerto y la pradera, constituyen la base económica del Uruguay moderno. Un tercer pilar la compone la relación fronteriza con la hermana del medio, Argentina y el hermano mayor Brasil. Éste, en los primeros tiempos, con pretensiones de padre adoptivo.
Primero llegaron las vacas y después la gente. Y así como el hombre desciende de los monos, el Uruguay desciende de los barcos. Por mandato de la corona, por las oportunidades que Europa no brindaba, encadenados para servir como esclavos o “corridos” por el hambre o la guerra, arribaron los contingentes humanos que conformaron las distintas corrientes migratorias.
Llegaron sin querer llegar. Abandonaron su casa, su lugar, su gente, sus afectos. Así nació un país que mira hacia el mar. Que soñó quizá, que detrás del lugar en que el mar y el cielo se juntan, se esconden aquellos años de lejana felicidad. Que espera que las olas devuelvan algo de aquella felicidad perdida, de aquella…que contaron nuestros abuelos, de esa que duerme en la memoria colectiva, esa que es también la de la “Suiza de América”, la del “Uruguay de las vacas gordas”, la del “Maracanazo” o la del “como el Uruguay no hay”.
Un país que sin proponérselo fue creando mitos, y se dejó llevar por ellos hacia ninguna parte. Mitos que son una fortaleza pero que también son una cadena. Mitos que los años hicieron crecer. Mitos genuinamente uruguayos, fantasmas que sobrevuelan nuestros campos, navegan nuestros ríos, piden otra vuelta en el bar, conducen los taxis que nos llevan a casa o nos relatan los partidos de fútbol.
“No hay nostalgia peor, que añorar lo que nunca jamás sucedió” nos dice el poeta. Un país que baila el tango al compás de la alegría de haber sido y la tristeza de ya no ser. La melancolía es el sentimiento nacional.
El Uruguay envejece casi sin darse cuenta. Es la nación latinoamericana que presenta la peor relación viejos-jóvenes, representando un problema estructural que se agudiza cada vez más: la sostenibilidad del sistema de seguridad social.
Tasa de natalidad baja, esperanza de vida alta y alta emigración de jóvenes, son los factores que provocan y acrecientan este desequilibrio demográfico. Solo el tiempo dirá si se estuvo a la altura de semejante desafío.
Un país de “abuelos” en una nación joven. Un país que necesita mirar hacia atrás para poder avanzar. Una nación “Charrúa” sin indígenas. La población más urbanizada de América en un país de “vacas gordas”. Amores y peleas con Argentina. Fascinación y desconfianza con Brasil. Grandezas y pequeñeces, orgullos y vergüenzas, mitología y realidad. Un país de contradicciones. Contradicciones como las que tiene la vida. Contradicciones como también las tiene el mar.
Ese mar que no es mar, que es de agua pero de color tierra, que es salado pero también dulce. Un mar hecho de lágrimas tal vez. De lágrimas de tristezas y también de alegrías. Lágrimas que nacen en esos ojos que aún siguen mirando hacia el mar. Que miran con la esperanza de que el futuro se parezca un poco a aquél pasado “que siempre fue mejor”.
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